Que la tierra sea leve a Agnès Varda
Archivado en: Inéditos cine, Que la tierra le sea leve, Agnès Varda, Nouvelle Vague
La realizadora durante el rodaje de "Cleo de 5 a 7"
Hace apenas unas semanas, asistiendo a una proyección de Los espigadores y la espigadora (2000), comprendí que más pronto que tarde tendría que escribir estas líneas que me ocupan. En una de sus secuencias, aquella en la que Agnès Varda conduce para ir al encuentro de sus entrevistados, repara en que los inequívocos signos de la vejez que muestran sus manos le anuncian la inminente llegada de La Parca. Y ahora, que la vida de esta gran cineasta ha quedado sumida para siempre en el último fundido a negro, antes que sus obras maestras de ficción -Cleo de 5 a 7 (1962), La felicidad (1965), Una canta, la otra no (1977), Sin techo ni ley (1985)- me vienen a la cabeza sus documentales sobre la memoria: Les demoiselles ont eu 25 ans (1993), Las playas de Agnès (2007). Estimo especialmente los dedicados a su marido, el gran Jacques Demy. En uno de ellos: Jacquot de Nantes (1991), escuché a Varda una frase que de la que he hecho una de las máximas por las que se rige mi vida: "La verdadera dicha es el recuerdo".
A esta gran cineasta belga (Bruselas, 1928-París 2019) que pasaba por ser francesa suele considerársele la mujer de la Nouvellle Vague. A mi juicio, fue más precursora que integrante de aquel conjunto de realizadores que puso en marcha el cine moderno. En cualquier caso, de los dos grupos que conformaron aquella nueva ola: el de Cahiers du cinéma -Rivette, Rohmer, Truffaut, Chabrol y Godard- y el de la Rive Gauche -Resnais, Marker-, cabría adscribirla a este último. Bien es cierto que Godard es uno de los actores de Cleo de 5 a 7, pero si todo el cine memorialístico de la ya finada registra concomitancias con el discurso de algún miembro de la Nouvelle Vague, ése no es otro que el gran Alain Resnais.
Formada como fotógrafa antes de darse a conocer como cineasta, tengo la sensación de que una de las cosas que más le atrajo de la fotografía es su capacidad para la evocación del tiempo perdido. De hecho, una buena parte de su cine memorialístico, Las playas de Agnès sin ir más lejos, gira en torno a viejas fotografías.
A Agnes Varda, también cumple recordarla como a una de las autoras clave del cine feminista, entre la francesa Germaine Dulac, acaso su precursora, y la también belga Chantal Akerman. Pero el feminismo de Varda era menos bronco que el de Akerman. A veces, incluso jovial, como es el caso de Cleo de 5 a 7 -sobre una mujer que decide no agobiarse ante el anuncio de un cáncer-, cuya impronta llega hasta la Pilar Miró de Gary Cooper que estás en los cielos (1981). Siempre optimista, un espíritu muy semejante inspiraba Una canta, la otra no, sobre la amistad de dos mujeres, una concienciada de su condición y otra que parece abocada a ser un objeto al gusto de los hombres.
Trabajadora infatigable, Agnès Varda ya era una anciana apacible que irradiaba simpatía cuando descubrió las cámaras digitales. Ante este panorama, prácticamente se ha muerto rodando. O grabando por mejor decir ya que ahora, las películas, como todo, son un archivo. En los años 60 y 70, cuando el cine militante solía filmarse en 16 mm. la gran Agnès Varda se dio a él con largueza. Black Panthers (1968), Salut les cubains (1971), Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe (1976). Y por supuesto, Lejos de Vietnam (1967), filme colectivo con el que algunos grandes cineastas clamaron contra aquella guerra. En aquel metraje volvió a coincidir con Godard. Como este último, Agnès Varda, en un punto impreciso entre el documental y la ficción, se mantuvo fiel a sus postulados del principio hasta la última imagen de su filmografía. Cuánto me reconforta volver a oír aquello de que "la verdadera dicha es el recuerdo" que nos decía.
Publicado el 29 de marzo de 2019 a las 15:45.